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El Paradigma Tecnocrático y la Libertad Humana

Mgter. Jeshira Dayana Castro Begazo

Docente de la facultad de Ciencias y

Tecnologias Sociales y Humanidades

 

En su encíclica social Laudato Si’, el Papa Francisco nos presenta un análisis y una reflexión sobre  las causas y consecuencias de la crisis ecológica que estamos viviendo. Es muy fuerte su afirmación “La tierra, nuestra casa, parece convertirse cada vez más en un inmenso depósito de porquería” (LS 21).

Pero Francisco no se queda sólo en hacer un recuento de los problemas que estamos viviendo, sino que quiere ir a la raíz misma del problema, y afirma claramente que el problema ecológico - cuidado de nuestra casa común-  tiene raíces profundas en la crisis antropológica, de la cual ya habían hecho mención sus predecesores y que él mismo condena en la Evangelii Gaudium; “la crisis financiera que atravesamos nos hace olvidar que en su origen hay una profunda crisis antropológica: ¡la negación de la primacía del ser humano!” (EG 55).

Parte de esa crisis antropológica es que el hombre ha entregado su libertad al camino que  marca el paradigma tecnocrático –como dictadura de la técnica-. “El ser humano no es plenamente autónomo. Su libertad se enferma cuando se entrega a las fuerzas ciegas del inconsciente, de las necesidades inmediatas, del egoísmo, de la violencia” (LS 105). Fuerzas y necesidades que la búsqueda del poder por medio de la tecnología han ido enfermando el corazón y la razón humana.

Peor aún, el ser humano ha malinterpretado su libertad frente a la técnica y la ha absolutizado, así lo afirmaba el Papa Benedicto XVI “la técnica tiene un rostro ambiguo. Nacida de la creatividad humana como instrumento de la libertad de la persona, puede entenderse como elemento de una libertad absoluta, que desea prescindir de los límites inherentes a las cosas” (CV 70)

Esa libertad, entendida así, sin “límites” es ejercida ya no sólo para la creatividad en la técnica sino en todos los ámbitos de la vida del ser humano, incluido el ámbito moral y ético. Por tal razón, la persona cree que es libre cuando hace “lo que le viene en gana”, sin tomar real conciencia de la responsabilidad que conllevan sus acciones. En este sentido Francisco afirma que “cada época tiende a desarrollar una escasa autoconciencia de sus propios límites” (LS 105) y la nuestra no ha sido la excepción.

Sin embargo, es necesario que entendamos que la libertad no consiste en prescindir de los límites sino más bien en aceptar la capacidad de transformación del ser humano y de su carácter limitado y dentro de ello ejercer la responsabilidad.

Y es que la verdadera libertad -como capacidad de disponer de nosotros mismos-, nos permite ser lo que somos: hijos e hijas amadas de Dios. Nos impulsa a amar constantemente y a ponernos al servicio de los demás, especialmente de los más pobres. Pablo en su carta a los Gálatas nos recuerda que hemos sido creados libres para amar (Gal 5,13-15). Es el amor en Cristo que nos recuerda lo que somos. Y la vocación del ser humano es alcanzar la plenitud de su ser. Por eso el papa Benedicto XVI ya invitaba a recuperar el verdadero sentido de la libertad que no consiste en la seducción de una autonomía total, sino en las respuestas a la llamada del ser, comenzando por nuestro propio ser. (CV 70)

Si mantenemos la idea de que la libertad es hacer lo que yo quiero sin límites, entonces continuaremos destruyéndonos mutuamente, porque habremos olvidado que mi libertad termina cuando empieza la libertad del otro; de aquel que es igual a mí en dignidad y que merece tanto respeto como yo,  frente al cual debo ponerme en actitud de servicio y amor.

No debemos permitir que el actual paradigma tecnocrático nos indique el camino que debemos seguir; y aunque “la técnica tiene una inclinación a buscar que nada quede fuera de su férrea lógica… [y] por eso intenta controlar tanto los elementos de la naturaleza como los de la existencia humana”, debemos luchar contracorriente y recordarnos mutuamente que hemos sido hechos para amar y por lo tanto darle espacio a nuestra verdadera capacidad de decisión, a una libertad más genuina y a una creatividad alternativa (LS 108) que nos permita ver más allá de nosotros mismos y nos abra la mente hacia el servicio y no la búsqueda del poder.