Después del estudio analítico y comparativo de la unidad, se podrá:
1. Especificar, explicar y exponer con las propias palabras los alcances
de la actividad intuitiva y discursiva.
2. Reconstruir, esclarecer y establecer los alcances de la actividad
intelectual.
3. Discriminar, esquematizar y delimitar lo indispensable de la actividad
mental.
4. Caracterizar, explicar y delinear los de la actividad mental.
El pensamiento, entendido como lo que el pensar aprehende, es un objeto ideal y por lo tanto se halla sometido a las determinaciones que corresponden a tal tipo de objetos. El pensamiento puede referirse a todos los objetos y no solo a los objetos materiales.
Según ello, el pensamiento puede definirse como la forma de todo objeto posible, y a la vez el objeto puede definirse como la materia de todo posible pensamiento. Por el contrario, el pensar es un acto síquico que tiene lugar en el tiempo, que es formulado por un sujeto y que aprehende un pensamiento, el que se refiere, a su vez, a una situación objetiva o a objetos.
La característica propia del concepto de pensamiento como intuición es su identidad con el objeto. El pensamiento es, en este sentido, la actividad propia del entendimiento intuitivo, esto es, de ese entendimiento que es visión directa de lo inteligible, que según Aristóteles, se identifica con lo inteligible mismo en su actividad.
6.1. ACTIVIDAD INTUITIVA
La actividad intuitiva es aquella que implica la presencia efectiva del objeto. "Las verdades, decía John Stuart Mill (1806-1873), nos son conocidas de dos maneras: algunas son conocidas directamente o por sí mismas, otras a través de la mediación de otras verdades. Las primeras son objetos de la intuición o conciencia, las segundas de la inferencia" (Lógica).
La intuición sensible es la de todo ser pensante finito, al que es dado el objeto; es, por lo tanto, pasividad, afección; La intuición intelectual es, en cambio, originaria y creadora; es aquella por la cual el objeto mismo es puesto o creado y es propia solamente del Ser Creador (según Kant).
Sobre el particular, Tomás de Aquino refiriéndose a Dios decía: "desde la eternidad mira todas las cosas, como realmente presentes ante él" (S.T. 1, q. 14, a. 13). Pues el conocimiento divino se distingue por este carácter del conocimiento humano, que obra componiendo y dividiendo, esto es, mediante actos sucesivos de afirmación y negación.
Sucintando los caracteres comunes y diferentes que en la historia de la filosofía ha revestido la intuición, podemos fijar los primeros así: la intuición es una relación con el objeto caracterizada por: 1) la inmediatez de la relación misma; 2) la presencia efectiva del objeto. Por estos caracteres, la intuición es considerada como una forma privilegiada de conocimiento.
Considerando sus caracteres diferentes, éstos pueden ser distinguidos así: 1) la intuición puede quedar reservada a Dios y ser considerada como el conocimiento que el Creador tiene de las cosas creadas; 2) puede ser atribuida al hombre y considerada como la experiencia en cuanto conocimiento inmediato de un objeto presente y, en este sentido, no es más que percepción; 3) puede ser atribuida al hombre y considerada como un conocimiento originario y creador en sentido romántico.
Si afinamos más, podemos advertir varios caracteres comunes en todas las especies de intuición: 1) el ser directa (en la intuición no hay rodeos de ninguna clase); 2) el ser inmediata (en la intuición no hay ningún elemento mediador, ningún razonamiento, ninguna inferencia, etc.); 3) el ser completa (no toda intuición aprehende por entero el objeto que se propone intuir, pero toda intuición aprehendo totalmente lo aprehendido); 4) el ser adecuada (en la medida en que deja de haber adecuación deja de haber intuición).
En términos analógicos frecuentemente se ha hablado de un instinto del educador, como si se tratase de una forma de poder mágico o de una capacidad misteriosa, cuando, por el contrario, se trata de captar la coincidencia entre el sujeto y el objeto de la educación (que en realidad es otro sujeto), de vivir, pues, en relación entre sí y el otro, en la inmediatez de la situación.
En la actualidad apelan a la intuición los científicos y particularmente los matemáticos o los lógicos cuando quieren subrayar el carácter inventivo de sus ciencias. Así Claude Bernard (1813-1878) decía: "la intuición o sentimiento genera la idea o la hipótesis experimental, esto es, la interpretación anticipada de los fenómenos de la naturaleza. Toda la iniciativa experimental está en la idea, ya que solamente la idea provoca la experiencia. La razón o el razonamiento sirven sólo para deducir las consecuencias de esta idea y para someterla a la experiencia" (Introducción al estudio de la mecánica experimental, 1865).
Siguiendo el mismo pensamiento, Jules Henri Poincaré (1854-1912) afirma: "con la lógica se demuestra, pero solamente con la intuición se inventa... La facultad que nos enseña a ver es la intuición. Sin ella, el geómetra sería como un escritor fuerte en gramática, pero carente de ideas" (Ciencia y método, 1909). El mismo estudioso sostiene que la lógica, que por sí sola puede dar la certeza, es el instrumento de la demostración, la intuición es el instrumento de la invención.
En este contexto la intuición tiene un carácter más bien negativo que positivo: anticipa lo que no resulta de la observación empírica o lo que no puede ser deducido de los conocimientos ya poseídos.
En pedagogía la intuición es un término empleado en sentido metafórico y analógico para individuar algunas modalidades en la relación educativa o para evidenciar algunos criterios de la conducta humana. Así, la educación puede presentarse al comienzo de la actividad cognoscitiva (conocimiento inmediato de tipo sensorial-perceptivo) y al final, es decir, en el vértice del conocimiento, identificándose con la contemplación del ser.
Cuando se aprecia hablar de autoeducación, la intuición se hace patente de manera también más explícita, tratándose de establecer la relación directa (experiencia interior) entre sí y sí mismo: entre las propias potencialidades y la exigencia de su realización.
La valoración que cada uno consigue dar de la propia educación también aparece intuitiva, es decir, se presenta como el propio enriquecimiento interior; ciertamente se puede medir las modificaciones de los comportamientos externos que de ellas se derivan y, sin embargo, no se puede reducir totalmente a éstos.
6.2. ACTIVIDAD DISCURSIVA
El término corresponde al sentido de la palabra griega ((((((( conocimiento discursivo que procede derivando conclusiones de premisas), pues designa el procedimiento racional que, por sucesivos y concatenados enunciados negativos o afirmativos, termina en conclusiones.
Tomás de Aquino opone este procedimiento, considerando inherente a la razón humana, a la ciencia intuitiva de Dios, quien comprende todo y simultáneamente en sí mismo, con un acto simple y perfecto de inteligencia (S.T. 1, q. 14, a. 7 ss.). Esta es la oposición que se encuentra en Platón y en Aristóteles entre razón (((((((() y entendimiento ((((s).
Los modernos han adoptado la palabra en el mismo significado (Tomás Hobbes '1588-1679' en el Leviatan). Emmanuel Kant la utilizó también al afirmar que "el conocimiento propio de todo entendimiento por lo menos del entendimiento humano, es un conocimiento por conceptos, no intuitivo, sino discursivo" (Crítica de la razón pura). El opone el entendimiento discursivo o humano al entendimiento intuitivo de Dios.
La actividad discursiva se da por el paso de un término a otro en el proceso de un razonamiento. Se distingue varios tipos de discurso tomando como base:
1) los modos de significar;
2) los distintos usos de los complejos de signos; y
3) los modos y usos al mismo tiempo.
Según el uso, el discurso puede ser informativo, valorativo, incitativo y sistémico. Cuando estos cuatro tipos son adecuados se llaman respectivamente convincentes (no forzosamente verdaderos), efectivos, persuasivos y correctos.
Según el modo de significar, el discurso puede ser designativo, apreciativo, prescriptivo y formativo. Los signos que significan en esos modos son llamados designadores, apreciadores, prescriptores y formadores.
6.3. ACTIVIDAD DEL ENTENDIMIENTO O DE LA RAZÓN
Para estudiar un tema, no basta leer una o más veces; hay que procurar entenderlo, examinar diligentemente lo que contiene; hay que formularse objeciones y dificultades y resolverlas; si uno no puede resolverlas, se debe anotarlas para hacer las preguntas en las clases ordinarias, en los círculos de estudio o a los profesores; hay que ir haciendo los apuntes de todas las asignaturas; se debe escribir algún trabajo especial sobre alguna materia vista, de más importancia, de actualidad, o que a uno más le interese.
Examinemos esto más particularmente:
1) Es muy evidente que se requiere leer las explicaciones, pero también
es claro que esto no basta.
2) No aprenderlas de memoria. Ello es totalmente inútil, costosísimo
y contraproducente. Tratándose de ciencias nunca se debe estudiar
el texto al pie de la letra.
Para aprender una ciencia se requieren necesariamente dos cosas: entender y retener lo que se ha entendido. Naturalmente que el entender debe preceder al retener. Ahora bien, ¿qué supone el entender?
El entender supone dos elementos: uno objetivo, a saber, la materia: tesis, teoremas, leyes, datos, etc.; otro subjetivo, a saber, la asimilación de los argumentos.
La verdad consiste en la adecuación del entendimiento con la cosa. El primer elemento puede darlo el profesor o el libro de texto;** en cambio para el elemento subjetivo, bien que ayude mucho el orden, la claridad del libro de texto, y la viva voz del profesor; para la asimilación y posesión definitiva de los datos y de los argumentos, se requiere el trabajo mental del estudiante. Solamente después de este trabajo podrá decir que ha entendido, estará en posibilidad de manifestar que sabe.
Supongamos que estos elementos entran en la cabeza del estudiante solamente por la memoria, pero que el entendimiento no llega a asimilarlos, ¿podremos decir que el estudiante sabe? Será un armario, pero no el entendimiento de un hombre; tendrá un depósito, pero no una posesión; tendrá lo que otros saben, pero él no sabrá.
Veamos el retener. No se trata de si es necesario o no, ya que es evidente, según la frase de Cicerón: "Tantum scimus, quantum memoriae mandamus" (tanto sabemos, cuanto mandamos a la memoria). Lo que queremos examinar es, qué es lo que se debe retener, si la palabra o la idea, si la letra o el espíritu, si el símbolo o la realidad, si su enunciación o los datos y argumentos.
Es evidente que son los datos y los argumentos lo que se debe retener; nuestro fin principal no es hacer un ejercicio de memoria, sino adquirir conocimientos científicos; ahora bien, para esto bastan los datos. Al contrario, el retener la expresión literal de ellos no se necesita, y cada uno la formulará a su manera y bien, con tal que tenga la idea clara.
Podría tolerarse en los estudios superiores el estudiar de memoria si no causase perjuicios; pero el hecho es que los causa.
1° Quita tiempo para profundizar en las materias: Disponiendo de poco tiempo para estudiar, todo él se requiere para fijarse en la idea, y no gastar las energías en aprender la letra. Y este es el primer perjuicio.
2° Lo que se estudia a la letra se retiene menos tiempo, que lo que se estudia profundamente según la idea; pues según una ley sicológica, la retención está en razón directa de la claridad e intensidad con que las cosas entran en nuestra mente. Quienes estudian de memoria no saben decir las cosas de una manera propia. Frecuentemente sucede, que si se les cambia un poco la pregunta, o se invierte el orden, se ven desconcertados y no saben contestar, a pesar de haberlo aprendido.
3° Suelen dar más importancia a la letra o a las fórmulas, que a la misma idea, representada por la letra; sacrifican el espíritu por la letra; se dejan llevar del sonsonete de la palabra, y a veces dicen maravillas; estudian como papagayos, sin entender.
Lo único que se debe estudiar a la letra, pero entendiendo, son las definiciones, los enunciados de las tesis, las formulaciones de los principios, las fórmulas técnicas; porque son como fórmulas matemáticas, consagradas ya por el uso.
3) Es necesario entender. Es menester comprender, es decir, penetrar, investigar la cohesión íntima de los conceptos, examinar la fuerza de los argumentos, de la doctrina y de los sistemas, buscar las diversas relaciones de unas doctrinas, tesis, tratados, etc., con otros ya vistos, sobre todo al final de cada capítulo, de cada tratado, de una serie de tesis que tienen unidad íntima.
Después de haber leído un libro, nos quedan algunas ideas en la memoria; pero para que queden fijas es menester atarlas, encadenarlas, unirlas con otras ideas ya fijas, que ya hemos hecho nuestras, para que de esa manera se conviertan también en ideas nuestras.
6.4. ACTIVIDAD MENTAL O ESPIRITUAL
Al abordar esta actividad, es indispensable considerar:
1) La moderación: es decir, que no sufra la formación principal de nuestros estudios.
2) El orden: éste pide se siga paso a paso el libro escogido en el orden en que está escrito, a fin de darse cuenta exacta del plan, del desarrollo, del enlace de ideas; de otro modo la confusión se apodera de la inteligencia, que no puede asimilar las ideas servidas con precipitación y desconcierto.
3) Lentitud: ésta es compañera inseparable de la sobriedad. Pues la primera condición para aprender a leer es leer despacio.
4) Atención: la atención es la aplicación de la mente a un objeto. El primer medio para penetrar bien el pensamiento de un autor es atender bien, concentrar y enfocar las facultades en el objeto o asunto de que trata.
5) Reflexión: esto hace que se asimilen las ideas ajenas, se aclaren y perfeccionen las propias, se profundicen las materias, se extiendan las meditaciones más allá de lo que se encuentra en los libros, y se forme uno un sistema propio sobre el corto número de principios tomados de otros. La reflexión consiste en considerar y ponderar lo que se lee; darle vueltas alrededor del asunto; mirarle por todos sus lados; para descubrir nuevos puntos de vista, nuevas perspectivas y relaciones.
6) Espíritu crítico: éste se ha de extender al análisis gramatical, literario, histórico, lógico y filosófico; es como la práctica de la reflexión. Esto quiere decir que hemos de juzgar, comparar, razonar, corregir, aprobar, ejercitar continuamente el espíritu, haciéndole apto para comprender dónde está lo falso, lo débil, lo mediocre, y dónde lo verdadero, lo fuerte y lo bello.
Todo lo precedente exige superar los siguientes defectos:
1) La dispersión del espíritu. La formación intelectual consiste en gran parte en disciplinar la atención, naturalmente indisciplinada, y en habituarla aún a las ideas más abstractas. La vida agitada de nuestros días y las pasiones nos inclinan a la dispersión del espíritu, y hay que procurar adquirir a todo trance el recogimiento.
2) La inconstancia. Sin perseverancia en el trabajo intelectual no se puede llegar a nada sólido. La inconstancia nace de la dispersión del espíritu y de la falta de vida interior.
3) La pasividad. En toda lectura se debe discutir, razonar, contradecir... Se pueden devorar enciclopedias y bibliotecas enteras sin aprovechar nada, si se hace con espíritu de pasividad. A veces la pasividad procede del conocimiento de la propia ignorancia, de la confianza en el autor, de la curiosidad. Leer de esta manera es perder el tiempo.
4) El excesivo espíritu crítico. Algunos parecen tener el espíritu de contradicción; pues cuanto leen les parece censurable; leen sólo para encontrar qué criticar. En el fondo nace de soberbia y denotan gran pequeñez de espíritu e impotencia para producir.
5) La pereza en no esclarecer las dudas. Al ir leyendo encontramos: nombres de ciudades cuya importancia desconocemos (es necesario acudir a un diccionario para enterarnos de ello), palabras cuyo significado no precisamos (debemos acudir al diccionario).